Trasplantes

Hoy se habla del trasplante de cara en Internete; se hacen encuestas a porrillo, que si es ético o no es ético, que si tal y Pascual con su orinal. Yo me posiciono a favor aunque con matices: Cambiarle la cara de avinagrado a Aznar por un semblante más placentero, no le haría menos hijoputa.
Recuerdo el primer trasplante de corazón, el del Doctor Barnard en Sudáfrica. No había Internete para hacer encuestas pero se armó un revuelo del copón. El director del colegio a donde iba yo, un cura retrógrado en el más estricto sentido roucovareliano, nos reunió a todos en el salón de actos para soltarnos un sermón de la hostia puta en bicicleta maldiciendo los trasplantes: que si eso iba en contra de las leyes divinas, que si vaya pecado mortal más gordo...
Después lo intentó el yernísimo, el Marqués de Villaverde, y el trasplantado no le duró dos días. Pero como le había pillado el gusto a eso de jugar a Frankenstein, dedicó veinte días de su tiempo a no dejarle morir al suegro. "Lo que cuesta morir", dicen que dijo Franco, y es que el invicto caudillo no se enteraba de que el hijo de la gran puta del marqués era el que no le dejaba palmar.
Decía que estoy a favor de los trasplantes. Si yo tuviera millones de eurillos me quitaba barriga, me alargaba el pene, me injertaba pelo y me compraba un yate para tomar el sol en pelotas rodeado de bellezas jovencísimas de las que no necesitan trasplantes todavía.