miércoles, 16 de septiembre de 2009

Asunto de faldas

La falda es más vieja que el pantalón. Cuando se inventó el pantalón la Humanidad llevaba la tira de miles de años vistiendo faldas, tanto los tíos como las tías.
Dicen que las primeras faldas aparecieron hace unos 600.000 años. Dicen también que eran de piel de animal y que se llevaban justo por debajo de los senos, como los pantalones de Julián Muñoz.
La falda fue un invento para protegerse del frío, lo mismo que la bufanda, la calefacción o los carajillos. Y cuando no hacía frío practicaban nudismo. Los hombres primitivos se mostraban desnudos sin ningún pudor porque aún no existían los paparazzi ni la vergüenza, y además no se habían inventado la fotografía ni la lujuria. No existía la religión, por lo tanto nada era pecado.
Y aquellos ancestros nuestros domesticaron a los animales, de forma que algunos perros se convirtieron en perritos falderos. Pero aún tendrían que pasar muchos años para que se inventase la minifalda. Entonces surgieron los perritos minifalderos, que eran un poco más altos que los anteriores.
Y ahora yo me pregunto: Si las mujeres decidieron ponerse pantalones como los hombres, ¿por qué los hombres no nos ponemos faldas?; ¿no lo hemos hecho durante 600.000 años sin darle importancia?
Hoy en día sólo visten falda los escoceses típicos, pero les falta creatividad, todas son a cuadros.
Me acabo de colocar una toalla a modo de falda y no me queda mal del todo. Con mi estupenda barriga parezco una señora embarazada.

12 comentarios:

Obdulio de Oklahoma dijo...

Anita, Calimero, Jesús, Gramático Pardo... he respondido a vuestros comentarios en el post de abajo.
¡Feliz fin de semana, amigos!

calimeroesmalo dijo...

jajajajajajjaa
¡ Pero hombre Obdulio, haberte hecho una foto caxis la mar!
jajajajajaja
Yo en carnavales si que me he puesto falda y oches, pos no quedaba tan mal la cosa,no.
Pero esto , ya se sabe, cosa del recate y de la curia, que nos mete en la cabeza las cosas que son pecado o no.
¡ Con lo bien que está agacharse bajo unas escaleras y contemplar las....estoooo....el diseño de una buena falda o minifalda!
( uno que es aficionado a ......la modaaaaa) jajajajaj
¡ un abracete Obdulio)

Jesús dijo...

Pues antes de la falda fue el taparrabos, pues es un peligro correr entre los matorrales detras del bufalo con todo colgando.
¿Por que no vuelve el taparrabos a las pasarelas de las colecciones de verano?

NEKA dijo...

JAJAJAJ buenas conclusiones.
Tengo que buscar una foto que tengo guardada en algún sitio donde sale un escoces luciendo colgajos jaja un pillado asombroso.
Particularmente prefiero los pantalones, te espatarras en cualquier lado sin peligro de enseñar los entresijos. Aparte de lo cómodos que son. Y no es por nada no veas que culito me hacen jajjajjja.
La falda ufff con calor acabas escocida en la entrepierna y si te meas de risa te quitas las bragas y te pillas un cistitis. Eso si para un apretón te la subes y listo, y para mear en la calle jajaja con agacharse vale.
Coño mira que cochina me levante esta mañana jaj.
La verdad antes los señores con falditas y después el pantalón.
Las modas vienen de lejos amigo.
El próximo verano a disfrutar que se impone la mini a lo bestia otra vez. Lo que pasa que algunas no se ponen mini, llevan bragas largas jaja. Yo ya estoy mayor para eso.
Oye mi marido se pone la toalla con su barrigita y me encanta.
Te contaré una anécdota de peque.
Ya de recién nacida dijo mi padre que iba a dar guerra, pues con 7 años, en el pueblo de vacaciones el cura llevaba siempre sotana, y le pregunte a mi abuela si debajo llevaban algo. Casi me cuesta una torta y no me contestó. ¿Que hice? No se me ocurrió otra cosa en plena misa cuando salió a dar la comunión de ir hacia al altar, levantarle el faldumen y satisfacer mi curiosidad. Por cierto me dio una hostia pero no comulgué. Claro me puse a llorar como no y mi abuela y mi padre remataron la faena. En el bar a por el helado, me preguntó el cura, iba a que le invitaran al vino. ¿Pero que pretendías niña? Y le dije tan pancha, ver si usted lleva pantalón debajo o va con las patas al aire. ¿Y que viste?
Nada solo que usted es muy malo.
Y salí corriendo, mi padres optaron por no llevarme mas a misa en el pueblo. Para mi alegría, eso si me vengue del cura. Fui diciendo a los niños que el cura no lleva pantalones y los calzones los tiene meados. jajjaja Por supuesto todos mis amiguitos me creyeron, ya de hay salió que el cura huele mal, que no se lava etc etc. Me acuerdo como si fuera hoy jajjajja. Bueno te dejo que esto parece el testamento jaj.
Un abrazo grande

murron dijo...

Pues a mi me gustan los hombres con faldas. Es más, las faldas de los escoceses son tremendamente sensuales. A mi me gustaba Mel con faldas en aquella tremenda película sobre William Wallace, libertador escocés. Yo me hacía cruces preguntándome si sería verdad eso de que no llevan nada debajo de la susodicha. Lástima, me quedé con las ganas de saberlo. Besos, he vuelto¡¡

Obdulio de Oklahoma dijo...

¡Oh, has vuelto!... y acabo de leer tu magnífico andresillo, que requiere una respuesta con más calma y buena juntura de palabras, saboreando y respondiendo a cada cosa que me dices. ¡Bienvenida a la incivilización de todos los días!

No, yo no me muestro en fotos, Don Calimero, o dicho de otra forma: Obdulio no tiene rostro, simplemente Obdulio.
Pues sí, las escaleras tienen tanto morbo como las cerraduras típicas. En las escaleras de El Corte Inglés se ve algo. Usted baja en una... ¡y esa mujer sube en la de al lado!, ¡oh!... Calimero es malo para sabe disfrutar de las agradables pequeñeces del erotismo.

Don Jesús, el taparrabos del Tarzán del blanco y negro creo que ha sido el taparrabos más erótico de la historia. Habría que hacer una encuesta entre los géneros femenino y gay.

Tu anécdota con el cura es genial, Anita. Me acuerdo bien de aquellos cuervos ensotanados, pero una gran mayoría de los de ahora, sin sotana, siguen siendo igual de retrógrados o más. Me parece genial y me ha hecho una gracia enorme que le hicieses esa mala "promoción" al cura.

¡Abrazos y feliz fin de semana!

Alfonso dijo...

La anécdota de Anita me ha hecho recordar un episodio de mi infancia que fue muy celebrado, con división de opiniones como siempre ocurre con estas cosas, en mi pueblo natal allá por el año 1958 que, a la sazón, como decían los antiguos, tenía yo unos 9 años.

Mi querido, y ya hace muchos años fallecido abuelo Pedro, me regaló una pelota de tenis que nunca supe de donde la sacó, ya que semejante bola de caucho con pelusilla amarilla era todo un exotismo para la época, y máxime en un pueblo de Extremadura.

Estaba yo que no cagaba con mi pelotita que botaba a la perfección y siempre buscaba momento para que solo o en compañía de otros niños poderla lucir y pavonearme de la admiración que causaba.

Llegó el domingo y por la mañana temprano me dirigí a la parroquia donde me tocaba hacer de monaguillo en la misa de 8, junto a otro niño al que enseñé mi pelota y, entre bote va y bote viene, nos pusimos a jugar con ella en la sacristía mientras esperábamos que llegase el párroco para la misa.

Como suele ocurrir en estas cosas, el cura hizo justo su aparición en el momento en que la pelota, rebotando contra la pared se dirigió a su encuentro a la entrada de la sacristía. Con gesto malhumorado el de la sotana cogió la pelota diciéndome que ya no iba a verla más, a pesar de mis ruegos y suplicas para que me la devolviera, mientras se la guardaba en el pantalón a través del falso bolsillo que solían tener estos capisayos clericales.

Compungido y acongojado me vestí para la misa mientras el compañero y el poco caritativo cura hacían lo propio y nos dirigimos, pasillo adelante, hacia el altar donde cada cual tomo las posiciones correspondientes.

En aquella época, como sabéis, las misas se realizaban de espalda a los feligreses y el cura no se movía de su sitio siendo siempre asistido por los dos monaguillos que le acompañaban, uno a cada lado. Los monaguillos teníamos funciones específicas dependiendo de cada momento de la ceremonia, atendiendo a las indicaciones del celebrante mediante gestos.

Aquel día me toco estar a su derecha por lo que, entre otras cosas, llegado el momento, a un gesto suyo, tenía que desplazarme unos pasos hacia una especie de mesa auxiliar recoger las llamadas "vinajeras", que eran dos jarritas con agua y vino para llevarlas al altar y ponerlas delante del cura para que pudiera realizar el acto de la consagración.

A pesar de estar atento al seguimiento de la misa, mi cabeza no paraba de dar vueltas en el intento de encontrar la manera de que aquel desalmado me devolviera la pelota. Llegó el momento en que el cura iba a hacerme el gesto de que fuera a buscar las vinajeras y en mi cerebro se encendió la bombillita de esa posibilidad, pero claro, a base de echarle huevos al asunto y asumiendo un factor de riesgo que era incapaz de ponderar en aquellos momentos. Pero estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de recuperar mi preciado tesoro.

Alfonso dijo...

(sigue) El cura me hizo el consabido gesto y, ante su asombro, negué con la cabeza. Pensando que no le había entendido volvió a hacer el gesto de que fuera a buscar el agua y el vino y volví a quedarme quieto, negando otra vez con la cabeza. El cura comprendió enseguida cual era la causa de mi rebeldía, pero terco, queriendo hacer uso de su autoridad, rojo ya como un tomate, siguió instándome a que cumpliera con el rito de llevarle las vinajeras. Me mantuve firme, sin dar un paso, con el ceño fruncido y cara de determinación. La feligresía expectante, sin saber que estaba pasando, pues el tiempo transcurría y tanto el cura como yo aparte de los gestos corporales del "niño ve" por su parte, y el "no me da la gana" por el mío, no nos movíamos del sitio, cosa que por otra parte no se podía hacer pues aun introduciríamos más confusión. Hasta que no pudiendo más, el cura abre la boca y dijo: "¡Niño, las vinajeras!"... A lo que yo contesté: "¡Devuélvame la pelota!"... Él insistía y yo me negaba. Hasta que, conteniendo el cabreo que le ahogaba la garganta, dijo: "¡Bueno, está bien, ya te la daré cuando acabe la misa!". Y en un gesto supremo de temeraria valentía, le repliqué: "¡Cuando acabe la misa, no, ahora!"... Puso una cara que hubiese fulminado al más pintado, pero entendí que habiendo llegado hasta ahí había que aguantar el tipo y conseguir lo que me proponía sin importarme ya las consecuencias. Me hizo un gesto desabrido con la mano para que me acercara, se tuvo que levantar toda la vestimenta que llevaba encima hasta poder meter la mano en el bolsillo del pantalón sacar la pelota y devolvérmela. Y mientras lo hacía me susurró por lo bajinis: "Espérate a que lleguemos a la sacristía, te vas a enterar"...

La gente alucinaba y murmuraban entre ellos. Había caras para todos los gustos. Algunas, divertidas por la situación casi sin poder contenerse la risa, otras, serias y desencajadas, como si allí se estuviera cometiendo la más sacrílega de las herejías.

De verdad, cada vez que me acuerdo de ello no puedo contenerme la risa, como está pasando ahora mismo, porque acabada la misa, tradicionalmente, el sacerdote, con los dos monaguillos delante, recorrían de vuelta, por el pasillo central los buenos 40 ó 50 metros que habían desde el altar a la sacristía atravesando toda la nave central. Podéis imaginaros que el cura y yo estábamos como en la parrilla de salida de una competición de velocidad. En cuanto dijo "Item misa est", y la gente contestó “Deo gratia”, arranqué a andar el primero. Como veía que el cura, que venía detrás de mí, aceleraba más de lo normal entendí que quería pillarme nada más llegar a la sacristía. Como, evidentemente, yo no me iba a dejar, también aceleré, de tal modo que apretando más el paso corriendo detrás de mi iba resoplando como un berraco. Yo creo que era la primera vez que los vecinos de mi pueblo contemplaban semejante espectáculo dentro de una iglesia. Estaba claro que no iba a meterme en la boca de lobo que era la sacristía, así que desvié la carrera y me dirigí directamente a la puerta de salida. Ya en el atrio, sabiéndome libre de las garras del cura, me quité las ropas de monaguillo que dejé en el suelo y salí pitando para mi casa como alma que lleva el diablo.

Ese domingo no se hablaba de otra cosa en el pueblo. Gracias a mi abuelo, que se descojonaba de risa cuando se lo contaron, que tenía fama de anticlerical, pero al que no chistaban porque los tenía como el caballo de Espartero, me libré de quien sabe Dios que castigos.

Mi abuelo y yo ya nos queríamos. Y mucho. Pero desde aquello, siempre que me veía no podía evitar una franca y llana sonrisa que lo decía todo. Con esa satisfacción de quien se aplica el refrán de: "De tal palo, tal astilla"…

Obdulio de Oklahoma dijo...

Esta vez le he le leído detenidamente, Don Alfonso, y he disfrutado del relato, como a mi me gusta. Entre su narración y la de Anita ya hay un buen material para una película de género histórico clerical cómico. No sé porque no se siguen haciendo ese tipo de películas. Recuerdo que me lo pasé muy bien con "El fascista, la beata y su hija desvirgada" o "Cuarenta años sin sexo", por citar las primeras que me vienen a la memoria.
Pero le voy a hacer una observación: Ya de pequeñito apuntaba usted maneras de loco o de héroe, porque enfrentarse a aquellos hijos de puta era una auténtica proeza. Yo viví esa época y me llevé un montón de hostias por cosas menos graves. Usted se enfrentó al cuervo ensotanado en la mísmisima "casa de Dios" y salió airoso del empeño. Desde luego que causó la admiración de sus mayores no meapilas, en especial de su abuelo el "perdedor de una guerra", porque ellos temían a los "invictos" franquistas y cualquier acción que significase ridiculizarles les llenaba de alborozo. Yo también recuerdo a mi abuelo, ugetista y una excelente persona, contándome chascarrillos antifranquistas y viéndole como escuchaba las emisoras de radio extranjeras por la noche.
Ha sido un verdadero placer leerle de nuevo, Don Alfonso, aunque sea usted más joven que Unamuno, ¡un chaval!... con todo mi cariño.
¡Abrazos!

Alfonso dijo...

Celebro que se lo haya pasado bien, Don Obdulio.

Efectivamente, ya no se hacen aquellas películas costumbristas que tanto nos hacían reír manejando cosas sencillas de la vida cotidiana.

He de reconocer, que la presunta fortaleza de la que en esos momentos hacía gala se basaba en la seguridad que el pensamiento de mi abuelo me daba. Él fue quien me regaló la pelota, así que consideré que sería una traición infinita a su modo de pensar, que un grajo (así llamaba a los curas) me la quitase por las buenas. Confié en él y no me defraudó.

¿Cómo sobrevivió mi abuelo a la represión franquista y supo mantener su dignidad? Eso lo he ido entendiendo con los años y la disponibilidad de una mayor información. Explico alguna cosa sobre él.

Mi abuelo fue concejal en aquellas fechas por Izquierda Republicana, el partido de Azaña. Entendía que la primera revolución que había que hacer era la de la cultura, que no la agraria ni la social, por eso veía mucho peligro gratuito en las masas de la izquierda radical, enfervorizadas por el primer piquito de oro de turno, pero incapaces de tener un pensamiento crítico de lo que recibían a través de una buena base formativa y educacional. Todo su empeño, desde la concejalía de cultura, estaba puesto en crear escuelas de alfabetización que ayudaran al pueblo a discernir por sí mismos las ideas que recibían, tanto de uno como de otro signo.

Iniciado el golpe fascista del 18 de Julio, la columna de legionarios y moros de Yagüe estaban a punto de entrar en el pueblo después de haber tomado los que estaban más al sur, partiendo desde Sevilla en dirección a Madrid.

A mi pueblo no dejaban de llegar huidos de la represión falangista provenientes de otros pueblos que, en cuanto se enteraron de que había 28 dirigentes derechistas encerrados en la cárcel de manera preventiva, decidieron dirigirse a ella para lincharlos en venganza de los males que ellos y sus familias ya habías sufrido días atrás. Mi abuelo, y otro compañero suyo más se dieron cuenta que si eso sucedía la represión iba a ser brutal, porque aquella fuerza de ejército regular bien armados y entrenados no la iban a sujetar las pocas armas que horas antes habían llegado desde Mérida y que no sabían ni como se manejaban. Tomó la decisión, llegando primero a las puertas de la cárcel con el otro hombre, de no dejar pasar a nadie aun a costa de su propia vida y armado con su escopeta de caza.

Alfonso dijo...

A pesar de los ánimos encendidos y amenazas consiguieron velar por la seguridad de las personas de derechas allí encerradas. Pasaron dos días enteros prácticamente sin comer ni beber nada allí apostados. Y entraron las tropas moras de vanguardia en el pueblo y empezó la escabechina. Cuando llegaron a la cárcel la emprendieron a tiros contra mi abuelo y el otro señor, al que alcanzaron, muriendo en el acto. Gracias a los gritos de los que estaban allí encerrados pararon de disparar y mi abuelo tirando la escopeta se rindió levantando las manos. Abrieron las puertas de la cárcel, salieron los presos, y gracias a la intervención de dos o tres derechistas que conocían bien a mi abuelo y estaban agradecidos por lo que había hecho no lo fusilaron allí mismo. Con todo, estuvo en la cárcel hasta que terminó la guerra, y después fue recluido en un campo de concentración ubicado en Castuera donde estuvo hasta 1945. Se le confiscaron todos los bienes, perdiendo dos hijos pequeños que murieron de hambre porque mi abuela, sin recursos, no los podía alimentar. Cuando volvió tuvo que empezar desde cero y tuvo la suerte de ser contratado por el dueño de las bodegas a quien salvó 10 años atrás de una muerte segura sino llega a ser por su determinación de defender con su propia vida que aquello no sucediese.

Con todo, siempre fue el rojo, el anticlerical, persona a la que no había que tratar y de quien muchos chiquillos huían por las gilipolleces que les contaban sus padres de ser el diablo en persona.

La cuestión es que mi abuelo siguió siendo el hombre íntegro, honrado y decente que ya era antes de la contienda, ganándose el respeto incluso de aquellos que ideológicamente hablando se consideraban sus enemigos. Tuvo mucho cuidado de no buscarle gratuitamente las cosquillas a nadie, pero los demás también hacían lo propio con él porque sabían que no se echaba atrás ante ninguna circunstancia que contrariase su modo de ser.

De ahí que, en cierta manera, me sintiera protegido, porque si al “grajo” aquél se le hubiese ocurrido tocarme un pelo, él sabía como responder sin tener que hacer aspavientos ni bravatas.

Huelga decir que mi carrera como monaguillo acabó aquel domingo de verano. En mi familia no se disgustó nadie por eso.

Escuchábamos muchas noches Radio Pirenáica. Ambos, y el aparato de radio, tapados con una manta para que amortiguara los ruidos y parlamentos de la emisora. A mí, aquello, me parecía fascinante.

Un abrazo de afecto.
Alfonso

Obdulio de Oklahoma dijo...

Así es, la clandestinidad también tenía su lado fascinante, sobre todo para los "nietos" Para nosotros eran historias "muy antiguas" de las que sólo sabían nustro abuelos, y ahora, sin embargo, sentimos el franquismo más cercano en el tiempo. Quizá porque ya no es sólo lo que pudimos "captar" de un abuelo comunicativo o de un familiar próximo que también había sufrido la represión, sino que hemos añadido más conocimientos por las lecturas, los debates y el cine. Y lo que se hablaba por lo bajinis era lejano, pero lo que ahora sabemos, con sus fotos, películas, etc., está más cerca. Ya es habitual ver por todas partes el careto de Hitler o "repasar" la guerra española o la segunda guerra mundial en la numerosa bibliografía existente. Ahora es cuando me da pena no haber tenido esta curiosidad siendo niño, me habría enterado de más cosas por mis abuelos y por mis padres.
Desde luego, todos los que "venimos" de esa guerra tenemos historias de novela en nuestras familias. Mi abuelo, según veo, se pareció mucho al suyo, y dos hermanos de mi madre lucharon a favor de la República. Después vino la represión y da para un relato larguísimo, tuvieron que huír de su propio pueblo y... Quizá otro día, Don Alfonso.
Una vez más, encantado de leerle.
¡Abrazos!