martes, 1 de septiembre de 2009

Mato moscas

En verano mato moscas. Pongo mucho interés y caen como moscas. (No hace falta que sonrían si no les apetece) Pero siempre acuden más. Las moscas, como las bicicletas, como las conspiranoias políticas, son para el verano.

Utilizo"Insecticida Hogar-insectos voladores-aroma lavanda-Bosque Verde" Es el más barato que he encontrado en el Mercadona.

Un viejo axioma feminista dice que los hombres no estamos capacitados para hacer dos cosas a la vez. Yo sí, yo estoy leyendo un libro en la cama y con la otra mano utilizo el Insectizida Hogar con encomiable destreza.

Las moscas invasoras de mi intimidad no merecen vivir. Yo tampoco merezco vivir según el pensamiento de los nazis u otros señoritos malpensados. La cuestión es quién maneja el arma homicida. Entre animales nunca nos hemos llevado bien. Somos bichos malos nacidos para matar y morir... de cualquier manera.

¿Verdad que es asqueroso este post?... En cuanto se vayan el verano y sus moscas, ¿saben que voy a hacer?, con una mano sujetaré el libro y con la otra me masturbaré. Me ahorro el euro y pico del Insectizida Hogar.

12 comentarios:

El gramático pardo dijo...

Don Obdulio, como está el panorama mundial: usted en la batalla de las moscas y yo alucinando con los comentaristas de mi blog.
A lo mejor hago lo que dice usted: cascármela, porque hy no hay arreglo.

Saludos

Jesús dijo...

Deduzco que te has pasado a la literatura erótica, o al Playboy.
Si tuvieras tantos mosquitos como tengo yo, las moscas te parecerían criaturas adorables.

Alfonso dijo...

Don Obdulio, ya no se matan moscas como antes. Ni siquiera las moscas son las mismas. La excesiva tecnificación nos ha vuelto perezosos e indolentes en el arte de matar moscas y, por otra parte, a amariconado a las mismas. A ver, ¿dónde están las famosas cagadas de moscas, tan típicas en fotos y libros?... Lo que digo, ya no hay moscas como las de antes.

En mi niñez, las moscas se mataban, principalmente, de tres maneras, dentro de las muchas variantes que tan entretenido ejercicio ofrecía.

La mas rudimentaria, pero la menos efectiva, era a manotazos. Había gente que tenía una probabilidad porcentual de acabar con una mosca de un manotazo verdaderamente asombrosa. Yo tenía una tía-abuela, con unas manos como las manoplas de un portero de fútbol, que exhibían una rapidez y eficacia anti-mosca pasmosa. Daba el manotazo sobre la ingenua mosca que tenía la suficiente osadía de acercarse a ella sobre el tapete de la mesa-camilla del comedor, en el intento de succionar el invisible churrete que la bayeta no había limpiado, y... ¡Zas!... de la mosca quedaba un simple pegote con alas. Y se te quedaba una cara de bobo que corroboraba habilidad tan excepcional.

La segunda manera era la utilización de un periódico enrollado (la sofisticación de la palita matamoscas de plástico enraquetado aun no había llegado a mi Extremadura natal). También servía la variante de la servilleta o la paleta del brasero. Pero ninguno de estos métodos eran totalmente eficaces. Lámparas y cuadros peligraban ostentosamente ante las embestidas de las inexpertas e impulsivas manos infantiles, y era más costoso reparar los daños causados que la satisfacción del supuesto cometido.

Después llegó la solución de los zapateros. Y lo expreso así porque cerca de mi casa había un zapatero remendón que en el cuchitrilillo que usaba de taller, colgando de las vigas de madera del techo, habían unas tiras de algo parecido al plástico, desenrolladas a modo de tirabuzones, que contendría algún producto pegadizo que, al mismo tiempo, atraía la gilipollez golosa de las moscas. Parecía que era la solución definitiva... pero, no. A pesar de que las tales tiras se llenaban de moscas que, como las de la poesía del pastel, quedaban presas de patas en él, siempre había un reducto de estos bichitos que, o bien eran muy exigentes en cuanto al paladar se refiere, o se daban cuenta que era imposible de que tantas congéneres estuvieran quietas todo el tiempo en el mismo sitio. Y claro, se "mosqueaban", nunca mejor dicho, y abteníanse de acercarse al traidor reclamo.

Alfonso dijo...

(sigue) Pero llegó la solución definitiva, y al menos, durante un buen rato, la casa quedaba totalmente libre de moscas. Eso, a mí, me creaba una cierta zozobra emocional, pues como si de un síndrome de abstinencia se tratara, las echaba de menos y me proporcionaba tortazos espantamoscas yo solo, sin que la causa primera que provoca la espasmódica reacción estuviera físicamente presente.

Y me refiero al famoso "fly", o DDT, y el no menos famoso aparato que se utilizaba para su aspersión, dechado de la técnica y flor y nata de la ingeniería práctica, aplicada al necesario menester de matar animalejos tan molestos.

Era como tener en tus manos una ametralladora MG-42 alemana. Te acercabas al grupo de 30 o 40 moscas que, en círculos, volaban en apretada nube en el centro del comedor (costumbre que nunca entendí a qué se debía), con una mano, fuertemente agarrado, el tubo largo longitudinal donde ya esperaba el aire que previamente habías bombeado a su interior tras tirar de la maneta del embolo, y con gesto de rabia y decisión, volvías a empujarlo hacía adentro, comprimiendo el aire para hacerlo pasar por el otro tubo, más corto y transversal cargado del mortífero líquido, para, al salir por el pitorrico que se hallaba en su centro, arrastrar moléculas del veneno que iba a ser fatal para las puñeteras moscas (bueno, para las puñeteras moscas y todo bicho viviente que estuviera dentro de su área de influencia, incluido yo).

Y, una, dos, tres, cuatro veces... y más... persiguiendo con saña la orden de dispersión dada por la mosca jefa ante tamaño ataque. Después quietud y silencio, mientras respiras, jadeante, los vapores de la munición proyectada y diciéndome a mí mismo: Menos mal que no soy mosca. Porque matar no me mataba, pero el colocón que cogía era de campeonato.

Pocos segundos después, mirabas al suelo, encima de la mesa, o del aparador, y ahí estaban las malditas moscas, panza arriba, agitando patas y alas, emitiendo zumbidos de muerte y agonía. Algunas, en sue ya inútiles esfuerzos por remontar el vuelo, giraban sobre sí mismas al mover sus alas en un último baile dantesco por recuperar la dignidad perdida, pasmadas de tanta eficacia exterminadora.

Siempre he sido un alma piadosa, y aunque confieso que muchas veces yo era la causa de su eliminación, les proporcionaba un entierro digno y decente, con responsos y "gori gori" incluidos. Las macetas del patio de mi casa estaban llenas de blancas cruces hechas de palillos de dientes partidos por la mitad. Debajo de cada cruz, enterrada, había una mosca. Y en cada palillo escrito el deseo que, a la postre, resumía aquellas masacres mosquiteriles: R.I.P. Descansen En Paz... para que los humanos pudieran estar en paz, ¡sin tantas moscas! ¡coño!...

Anónimo dijo...

¡Cásquela usted, señor Gramático Pardo!, ¡el onanismo es salud y no cuesta dinero!... o que se la casque una persona de su confianza, a ser posible del sexo que usted elija. Mi estimado amigo Obdulio de Okalaporra estará de acuerdo.

Anónimo dijo...

Sí, Don Jesús, el pedorro de Obdulio se nos pone ahora erótico, ¡ja, a la vejez viruelas!

Anónimo dijo...

Don Alfonso, usted siempre sorprendiéndonos con su rica prosa. No me extraña que Don Obdulio le admire encarecidamente. En su guerra química contra las pérfidas dípteras, seguro que mató usted también al Barón Rojo de las moscas, ¡oh, lamentable perdida para la población de pequeñuelas acrobáticas!... se fue al carajo un as de la aviación zumbadora para convertirse en una mosquita muerta.
Pues yo sufrí las cébres "cagadas de mosca" sicologicamente en mi remota infancia. Como era pecosillo me preguntaban socarronamente si me habían cagado las moscas en la cara.
Se olvida usted de otro "remedio eficaz" contra las moscas en aquellos tiempos grises y lejanos: la célebre tira amarilla pegajosa que colgaba en techos de domicilios y establecimientos y que significaba el fin de las moscas "presas de patas", como diría Samaniego. Yo la recuerdo principalmente en tiendas de "ultramarinos" o "coloniales"

Alfonso dijo...

Estimado Don Anónimo dijo... de 10:08 horas (¿hora Pernambuco?). Claro que no me he olvidado de aquellas tiras amarillas y onduladas que se colgaban del techo. Me referí a ellas cuando conté que las veía colgando del techo del taller del zapatero de mi calle. O se le ha pasado por alto, o es que al llegar a ese punto de la lectura estaba ya más aburrido que el gnomo de piedra que tiene mi mujer en la terraza. Cosa que tampoco me extraña porque un poco pesadillo sí que soy.

Mira por donde, ambos(usted y yo), hemos padecido escarnios infantiles parecidos. También mi cara, en aquella época, estaba salpicada de aquellas manchitas oscuras que en el cine quedan muy monas y graciosas en un niño, y que sin embargo en la vida real (y hay que ver lo real que era la vida en la década de los 50) servían para que su portante recibiera todo tipo de chistes y chanzas. Si a usted le decían que eran "cagadas de moscas", a mi me decían "que tenía más pintas en la cara que un huevo de perdiz". Esto dicho con el gracejo del habla extremeña (que no es un eximente) y un punto más que subido de mala uva. Yo no pensaba "tu puta madre", porque en aquella época y con aquella edad la cosa no daba para tanto, amén de ser un pecado muy gordo y difícil de confesar después. Lo digo porque el cura que nos confesaba se cabreaba como un mono y no sólo te daba la absolución sino también varios tirones del pelo de la patilla. Y cuando lo hacía tampoco era cuestión de volver a pensar "tu puta madre" y tener que confesarte una y otra vez para acabar con las sienes peladas como el culo de una gallina escaldada.

Y para más "inri", lo de tener la cara como un huevo de perdiz, además, iba también asociado a otro pájaro, del que no conozco su denominación en latín, pero que en mi pueblo se llaman "cabezorrito de los olivos". Así que ya puede usted colegir a cuento de qué, algún adulto, familiar, o no, me espetaba, como quien hace una gracia de sublime finura, comparar la cabeza de mis 7 u 8 años con la de la avecilla olivarera en cuestión.

Años cargados de anécdotas que hoy me hacen sonreir con nostalgia. Daba mucho de sí, sobre todo para un niño observador como era yo, la vida de un pueblo en la España nacional-católica de entonces.

Saludos afectuosos a todos.

Anónimo dijo...

¡Oh, mea culpa!... Leílo y divertime con la lectura, pero luego se me fue "el alma al cielo" (frase hecha)La cosa es que no lo saboreé como otras veces porque no es lo mismo desde un ordenador del trabajo, los tiempos son más limitados. Es que ya estoy de vuelta al currelo, el pasado martes 1 comencé, y Obdulio me encargó que contestase a sus cartas.
También me decían otra gilipollez que me molestaba mucho, pues empezaba yo a ser muy hipersensible: "¿tomas el sol con colador?"
Lo de los curas lo dejo para otro día. Yo no los recuerdo con una sonrisa, Don Alfonso, soy rencoroso, qué le vamos a hacer.
¡Abrazos!

NEKA dijo...

JAJA de asqueroso nada me encanta, no había venido antes y me quedo si usted me lo permite y si no también.
Yo mato avispas con un trapo, cuando aparecen en el bar corro posesa con balleta en mano a la caza y captura.
Suelo dejar muchos cadáveres por el suelo, me dan alergia los sprays anti bichos una pena.
Sobre lo que va usted hacer cuando acabe el verano sin comentarios jajajaj. Un saludo

calimeroesmalo dijo...

OBDULIO no eres nada novedoso en lo de hacer 2 cosas a la vez. Yo siempre me llevo un tebeo o libro al baño.
Sobre las moscas yo abro la ventana para que se vayan....
Y ten cuidado no te vaya a pasar como a Obama con los de Peta!!!!
¡ Un saludin!

Obdulio de Oklahoma dijo...

Anita y Calimero, os he escrito en el post de arriba y si me da tiempo paso ahora vuestros blogs, o mañana.
¡Joder, Anita, las avispas son más cabronas que las moscas, el efecto de su picadura es más hiriente!, ¡es usted una mujer audaz!

Sí, Don Cali, tiene usted razón, pero ambas "actividades" son pasivas, no requieren excesiva concentración, a no ser que el libro sea de filosofía pura y lo otro un estreñimiento. En ambos casos se requiere un esfuerzo notable. Por cierto; ¿se imagina a Don Benedictus con estreñimiento?... Su santa faz tiene que ser un poema.

¡Abrazos!