lunes, 13 de junio de 2011

El niño incomprendido

Era un niño listísimo, había aprendido a hacer tres cosas a la vez: lavarse los dientes, mear y hurgarse en la nariz, todo a un tiempo, y se entristecía mucho cuando su madre le regañaba por mear fuera de la taza. "Caray, es imposible lograr la perfección total!", decíase compungido. Por
eso se escapó de casa, harto de tanta incomprensión materna.
Han pasado cuarenta años y no ha vuelto. Su madre murió con el dolor de no haber recuperado a su hijito. En vida lo intentó con denuedo, llamó a los periódicos, a las televisiones..., le mandó mensajes diciendole que podía mear fuera de la taza, que no le iba a regañar por ello, e incluso le permitió otro de sus hábitos: que después de las masturbaciones se limpiase con el trapo de la cocina. Pero nada, la pobre mujer murió con la tristeza inmensa de no saber nada de su retoño desaparecido. Y aún sigue sin aparecer el niño incomprendido.

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